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Un interruptor roto

No podían perder otra oportunidad. Llevaban mucho tiempo descartando apartamentos y este cumplía casi todos los requisitos.


Tenía solo dos inconvenientes. Quedaba a veinte minutos del centro y la puerta del ascensor se bloqueaba a veces.


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Firmaron el contrato el viernes a última hora. Por fin tendrían un poco de paz.


Como era de esperar, el fin de semana lo pasaron liados con las mudanzas.


El domingo, cuando ya bajaba el sol, Lucas se quedó petrificado en la cocina.


—¿Cómo no lo vi antes?


Detrás de la nevera había un interruptor roto.


—María, deja lo que estés haciendo y ven volando.


La platina que escondía el mecanismo, tenía enganchada una sustancia muy extraña. Parecía musgo, pero…


—Que yo sepa, el musgo no se mueve, —dijo María perpleja.


Cuando apuntó con la linterna del móvil hacia la platina para ver si podía sustituirla por una nueva, dio un brinco hacia atrás que casi se cae de culo al suelo.


Esa sustancia viscosa y extraña se empezó a mover hacia el enchufe de la nevera como si fuera un gusano. Lucas y María se miraron a los ojos para reivindicar su asombro.


Uno a uno, todos los interruptores de la casa fueron absorbidos por el musgo que desintegraba el plástico brutalmente.


—Demasiado bajo me parecía el alquiler, —pensó Lucas.

—Demasiado, repitió María.



****

En casa de los Martínez, había un interruptor roto que causaba situaciones insólitas. Cada mañana, al encender la luz del pasillo, sucedían cosas sorprendentes. Un día, al presionarlo, en lugar de iluminar la habitación, la televisión se encendió de repente y comenzó a emitir una melodía alegre. Los niños saltaban de la cama, y el perro ladraba con entusiasmo, como si también disfrutara del espectáculo inesperado.


María, la madre, decidió investigar el extraño comportamiento del interruptor. Con cautela, se acercó a él y lo examinó detenidamente. Mientras lo manipulaba, el ventilador empezó a girar a gran velocidad, haciendo volar los papeles del escritorio. El padre, al ver aquella escena, no pudo evitar reírse ante el caos que se había desatado en la casa.


Con el paso de los días, el interruptor se volvió el centro de atención. Cada vez que alguien lo accionaba, ocurrían nuevas sorpresas: la radio cambiaba de estación, la lámpara parpadeaba en distintos colores y hasta la cafetera emitía un silbido peculiar. La familia, lejos de enfadarse, decidió aprovechar la magia del dispositivo. Organizaron concursos para ver quién podía adivinar qué ocurriría a continuación.


Finalmente, comprendieron que el interruptor roto les recordaba la importancia de disfrutar lo inesperado. Aceptaron la peculiaridad y celebraron cada pequeño milagro cotidiano, transformando el caos en momentos de risa y unión familiar.


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