Acracia, la única salida
- dowlezes
- hace 2 días
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El último gobierno cayó con un estruendo sordo. No por una revolución, sino por su propio peso: corrupción, hambre, guerra. Nadie lo defendió. Nadie lloró su pérdida.

De las ruinas emergió la Acracia. No era una ideología, ni un partido. Era la negación de todo lo anterior. Sin líderes, sin leyes impuestas, sin poder central. “Cada uno, su propio gobierno”, decían.
Al principio, funcionó. Los barrios se organizaron en asambleas, el trabajo se repartía según necesidad, y el dinero, sustituido por el trueque, se volvió inútil. La gente resolvía sus propios conflictos, sin jueces ni cárceles. Se respiraba un aire nuevo, un espejismo de libertad.
Pero el espejismo se rompió. Sin reglas, los fuertes dominaron a los débiles. Sin normas, la codicia renació con otros nombres. Sin castigo, la violencia se convirtió en rutina.
Los que exigían estructura fueron tachados de traidores. “Quieren traer de vuelta la opresión”, gritaban las multitudes antes de lincharlos. Sin líderes, el miedo gobernó en su lugar.
Ahora, la Acracia es lo único que queda. No hay camino de regreso. No hay instituciones que reconstruir. Solo un mundo de pequeños feudos, de alianzas frágiles, de luchas constantes.
Y la única ley que sobrevive, la única que nunca se escribió, es la que siempre estuvo ahí: el más fuerte decide.
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Habían pasado muchos años desde que el doctor Moebius redactó, junto a sus camaradas, los estatutos para sentar las bases de la micronación que habían constituido en la Estación Espacial.
La Tierra estaba al borde del colapso y Astromium podía ser una alternativa para los seres humanos.
Arriba todo funcionaba como un reloj suizo. Habían abolido la tiranía y la micronación se desarrollaba en equilibrio. La igualdad, serenidad, la sensibilidad, marcaba las pautas de conducta.
Muerte al poder totalitario.
Era una sociedad libre, autosuficiente, sin depender de los antiguos monstruos de la administración terrestre, aquellos sistemas que entorpecían avanzar.
Un día, se activó la alarma naranja en uno de los ordenadores que controlaban dos elementos esenciales para la ciudad. El coordinador Karpanta y dos voluntarios salieron de la cúpula para realizar comprobaciones.
—Moebius, no te lo vas a creer, —dijo Karpanta por video, señalando la pantalla fotónica.
—¿Una alarma? Es imposible —dijo Moebius—. Apagamos todos los canales hace décadas.
—A menos que alguien los reactivara —susurró Karpanta.
Dos semanas antes, el suministro de oxígeno y las fuentes de agua potable dejaron de funcionar unos segundos. Esos errores olían a sabotaje, pero ¿desde dónde y por qué?
Un grupo de insurgentes, defensores del poder, estaban en contra de Moebius, de su nueva nación y de la libertad que existía en Astromium.





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