Amor indeciso
- dowlezes
- hace 15 horas
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—Has llamado al centro psicológico del Amor indeciso. En este momento, estamos ocupados. Si quieres, deja un mensaje después de la señal. Te llamaremos pronto.
Mulder y Scully llevaban mareando la perdiz, buscando el momento adecuado para besarse y, al mismo tiempo, haciendo ver que no sentían nada el uno por el otro.

Sus adeptos estaban más que hartos. Deseaban casi tanto como ellos que, de una vez por todas, uno de los dos diera el paso definitivo.
Mientras esto no ocurría, Oswald Murray, un seguidor perturbado contactó con su amiga Lisa, para preguntarle cómo se lo montó. Quería darles una sorpresa a Fox y a Dana.
—¿Acaso he de darles una hostia para que reaccionen? —dijo Lisa Cudy, un poco alterada y sofocada por la escena que compartió con Gregg House cuando le estaba curando sus heridas.
—¡A ver! Que haya calma.
—Cuddy, con violencia no conseguirás nada. Te lo digo por experiencia, —dijo Brennan mostrando su flamante placa del FBI.
—Cuando besé a Bones, todo fue maravilloso y nuestro público lo agradeció profundamente. Nadie pegó a nadie y todos fuimos felices.
…
—¿Lisa?, soy Oswaldo. Por favor, mira este enlace y dime cómo lo ves. Te llamaré después.
****
Marina y David se conocieron en un café del centro, donde ambos solían refugiarse de sus rutinas. Ella pedía siempre un capuchino con doble canela; él, un americano sin azúcar. Fue un cruce de miradas casual lo que encendió la chispa.
Al principio, todo parecía sencillo. Había química, risas compartidas y largas conversaciones que se extendían hasta el cierre del lugar. Pero, cuando las cosas empezaron a profundizarse, surgieron los "quizás".
—Quizás deberíamos tomar las cosas con calma —sugirió Marina una tarde, insegura de si estaba lista para abrir su corazón.
David, por su parte, temía arriesgarse y salir herido. —Quizás necesitamos más tiempo para conocernos —respondió, aunque deseaba lo contrario.
Así pasaron los meses, entre encuentros cálidos y silencios incómodos. Cada uno esperaba al otro para dar el siguiente paso, atrapados en una danza de indecisión. Una noche, mientras caminaban por el parque, David la miró fijamente.
—Marina, ¿qué pasaría si dejáramos de dudar? —preguntó.
Ella sonrió, nerviosa pero emocionada. —Quizás... seríamos felices.
Por primera vez, dejaron el "quizás" atrás. Se cogieron de la mano, y aunque el miedo seguía presente, decidieron caminar juntos hacia lo incierto. No sabían si su amor sería eterno, pero al menos ya no dudaban en intentarlo.
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