Aparcar el coche
- dowlezes
- 27 nov
- 2 Min. de lectura
Sin memoria, hay que echar mano de otros recursos como trucos mnemotécnicos para recordar con facilidad las cosas.
A falta de retención, una solución interesante es hacer fotos del lugar en el que dejaste el coche por la mañana.
Si tienes en el móvil alguna app GPS e introduces el nombre de la calle, te debería dejar justo enfrente del vehículo sin problemas.

Eso solo en teoría, porque en la práctica no ocurre lo mismo. Aparcas el coche en una plaza. No haces una foto porque no lo consideras necesario. Confías en tu memoria.
Después, a la vuelta, solo con introducir la dirección, te llevará al lugar.
Pues no.
Te despides de tu amiga a las seis. Te indica que si aparcaste al otro lado del río, lo mejor es bajar por aquella calle y seguir recto hasta el puente.
Al no conocer la población, sigues su consejo. Mientras caminas pasan dos cosas importantes: no reconoces el lugar y además se va haciendo de noche.
Un vecino te cuenta que no hace mucho, a los listos del ayuntamiento se les ocurrió cambiar algunos nombres de plazas y calles de menor importancia, entre las que se encuentra tu plaza.
Un sudor frío te recorre la columna. Oscurece por momentos. Preguntas y no hay respuestas.
Son las ocho y pico. No aparece.
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Cada día, Ramón se enfrentaba a la misma pesadilla: encontrar aparcamiento cerca de su casa. Era como jugar a la lotería con todas las papeletas perdedoras de antemano.
Primero probaba en su calle. Nada. Luego en la paralela. Tampoco. Giraba en círculos, como un buitre motorizado, hasta que la desesperación lo hacía aceptar su destino: aparcar a kilómetros de distancia.
Un día, después de cuarenta minutos de búsqueda inútil, vio un hueco justo frente a su portal. Era demasiado bueno para ser verdad. Se frotó los ojos. ¡Ahí estaba! Con el corazón acelerado, metió la marcha atrás. Justo cuando iba a ocuparlo, un coche apareció de la nada y se coló de golpe.
—¡No puede ser! —gritó Ramón.
Era su vecino, el señor Domínguez, que siempre aparecía en el momento justo. Ramón pensó que aquel hombre tenía un radar para los aparcamientos.
La siguiente vez, decidió adelantarse. Dio tres vueltas estratégicas y, cuando vio un coche salir, aceleró… pero una paloma aterrizó en el parabrisas. Al apartarla, el sitio ya estaba ocupado.
Desesperado, vendió el coche. Ahora da plácidos paseos a la hora que todo el mundo busca aparcamiento, mientras disfruta observando su sufrimiento.
¡Qué se jodan!





Muy buenos escritos 😁👍🏻😉