El gimnasio improvisado
- dowlezes
- 17 ago
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El hecho de padecer una rara enfermedad, obligó a Pedro a montar un gimnasio en la habitación del fondo. Era lo suficientemente grande como para albergar todo tipo de artilugios.
El pronóstico no era nada alentador. En la última visita a la consulta de hepatología, no le dieron buenas noticias.
De cada millón de personas, siempre hay alguien al que le toca la china. Es como clavarte la aguja del pajar y en esta ocasión, le tocó a Pedro.

La familia pensó que “de perdidos al río” y no se privaron de nada.
El gimnasio improvisado tenía de todo para la tortura, como apuntó Rebeca, su madre. Unas espalderas en la pared del fondo, un banco para hacer abdominales, tres juegos de mancuernas, un rodillo, una cuerda para saltar y una barra de dominadas.
—Si el chico quiere hacer gimnasia en casa, por mí no hay problema. Lo único que pido es que no se canse antes de tiempo, —le dijo al doctor.
—Conozco a mi hijo lo suficiente como para saber que antes de que acabemos de pintar la habitación, se habrá cansado de esperar. Tiene menos paciencia que yo, y ya es decir.
—Llegará el día en que su hígado se desintegrará y habrá acabado todo, —dijo el médico.
—Ya, pero ese día no ha llegado, —dijo Rebeca.
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Los vecinos del pueblo decidieron ponerse en forma después de que el médico diera una charla sobre los beneficios de hacer ejercicio. El problema era que no había gimnasio, ni dinero para construir uno. Pero eso no desanimó a Doña Rufina, la vecina más creativa y mandona.
“¡Vamos a hacer un gimnasio improvisado!” anunció con su megáfono. Y así, todos llevaron cosas que tenían por casa.
El parque central se llenó de objetos extraños: latas de pintura como pesas, un columpio convertido en máquina de remo (aunque alguien acababa siempre mareado), y una cuerda para saltar que en realidad era un tendedero. Don Paco, el herrero, aportó una barra de metal para dominadas, aunque nadie podía levantar ni un centímetro porque pesaba como un burro.
Pero lo mejor fue la "bicicleta estática" de Don Anselmo: una bicicleta vieja atada a una cabra. "¡Pedaleas y ella camina!", explicó orgulloso. Nadie duraba más de 30 segundos sin salir disparado por la cabra, que tenía su propio carácter.
El gimnasio improvisado se convirtió en un éxito, no porque la gente se pusiera en forma, sino porque las carcajadas quemaban más calorías que cualquier ejercicio. Al final, todos acordaron que la risa era el mejor deporte. ¡Y gratis!
Culturanima. Está claro que lo más fácil y efectivo es reír 😉