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El juego de los sentidos

Sara amaba las mañanas de domingo. Descalza y envuelta solo en una camisa masculina que apenas rozaba sus muslos, se dejó llevar por la pereza matutina. El sol atravesaba las cortinas, calentando suavemente su piel mientras decidió preparar el desayuno. Empezó cortando una baguette recién horneada, la textura crujiente prometiendo un festín de placer.



Con el primer corte, la hoja del cuchillo resbaló y sintió un pinchazo en el dedo. Un hilillo de sangre apareció, rojo intenso, como una gota de vino derramada sobre una tela blanca.


—¡Vaya! —exclamó, llevándose el dedo a los labios.


La puerta de la cocina se abrió, y Gabriel apareció, aún somnoliento, con el cabello desordenado. Sus ojos se detuvieron en Sara, en la curva de su sonrisa y el gesto casi inocente de chuparse el dedo herido.


—¿Estás bien? —preguntó con un tono bajo, pero la sonrisa en sus labios traicionaba su preocupación.


—Me he cortado… —respondió, con una mezcla de picardía y dulzura.


Él se acercó lentamente, tomando su mano entre las suyas. Observó la pequeña herida antes de inclinarse y besarla suavemente, el aliento cálido sobre su nuca. Sara sintió un escalofrío que nada tenía que ver con el dolor.


El pan quedó olvidado, mientras los dos exploraban un desayuno mucho más íntimo y pausado.



****

Jacob, Helen, George, Hannah, Sussy y Robert, juraron que nunca desvelarían su secreto. Prometieron que el juego de aquél sábado en el bosque, no se lo contarían a nadie.


Los seis se hicieron amigos con catorce años, en el colegio Ben Lippen School, de Carolina del Sur. Estudiaban las mismas materias, practicaban los mismos deportes y vivían en el mismo edificio del internado.


El colegio era bastante avanzado y permitía que los chicos y chicas tuvieran habitaciones conjuntas en la misma planta. Esa ventaja les permitió seguir afianzando su amistad.


—Compis, os propongo un juego que tiene cinco partes, pero antes de explicarlo, tenéis que prometer que nunca revelaréis las normas. ¿Estáis conformes?, —subrayó Robert con autoridad.


El juego consistía en reconocer, a través de los sentidos, partes del cuerpo que, previamente, se habrían sometido a pruebas durísimas, con la intención de distorsionar la orientación, la textura, los sonidos, los olores, el gusto y lo que un humano pueda distinguir en condiciones normales.


El juego prometía. Se preveía una mezcla de emociones con una pizca de peligrosidad. Al menos, eso era lo que creyó el resto del grupo.


Robert, el más paranoico, sabía que solo ganarían los dos más valientes.


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