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El juego del deseo

La luz de la lámpara dibujaba sombras alargadas en la pared mientras la lluvia golpeaba en la ventana. Ella se giró lentamente, con la tela de su vestido deslizándose suavemente por su piel. Él, desde el umbral, sostuvo la mirada un instante, más de lo necesario, atrapado en el vaivén de su respiración.


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El aire entre ellos se cargó de una expectación silenciosa. Un gesto apenas perceptible, la forma en que ella apartó un mechón de su cabello de la cara, la manera en que él exhaló despacio, como si no quisiera alterar la quietud de la noche.


Un paso. Luego otro. La distancia se redujo, pero el juego de la espera era un placer en sí mismo. La yema de sus dedos rozó su muñeca, un contacto etéreo, apenas un roce, y aun así, suficiente para encender una llamarada bajo la piel.


Ella inclinó el rostro, como quien invita sin palabras. Él deslizó una mano por la curva de su espalda, trazando un sendero invisible, reconociendo la calidez que se fundía con la suya.

El tiempo pareció ceder ante la intimidad del momento, diluyéndose en un murmullo de respiraciones entrelazadas. Afuera, la tormenta arreciaba, pero allí dentro, solo existía el lenguaje sutil de los cuerpos acercándose, descubriéndose, rindiéndose al juego infinito del deseo.



****

Esa noche, la niebla envolvía la ciudad.


Roberto y Vanessa, doce años compartiendo sábanas y sueños, caminaban hacia casa de Juan y Amanda. Sus pasos resonaban en el silencio, como si la calle adivinara lo que iba a pasar.


Se habían conocido en un local de intercambio de parejas.


Amanda les propuso un juego erótico que le compró a una gitana dos años antes, pero no se atrevió a usarlo hasta ese día. Ya estaba preparada para explorar aquellos juegos que solo había imaginado en sus sueños más oscuros.


Quien sacara el número más alto empezaba.


Roberto susurró algo que hizo estremecer a Amanda. Vanessa clavó sus ojos en Juan, mientras soltaba frases subidas de tono.


—El sexo es mental —murmuró Juan, crítico culinario, mientras deslizaba una mano por la espalda de Vanessa—. Como en la cocina, activa las mismas zonas del cerebro.


La ropa se iba amontonando. La temperatura subía y el ambiente se contagiaba de deseos irrefrenables.


Roberto y Amanda desaparecieron en la penumbra, dejando atrás gemidos ahogados. Juan y Vanessa descubrieron que el placer no siempre requiere movimiento, sino conexión.


Al amanecer, los cuatro acordaron encontrarse de nuevo. Querían explorar cada rincón secreto, cada deseo oculto.


Lo que empezó como una noche de sexo, se transformó en el inicio de algo más profundo, más oscuro, más sensual.



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Streetjas
hace 11 minutos
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😶‍🌫️😏🙄

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