El último grito
- dowlezes
- hace 24 horas
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El inspector Bermúdez entró en la escena del crimen con el alma en vilo y el bigote tembloroso. Todo en él era excesivo: su corbata anudada con furia, su impermeable ondeando como una bandera de guerra, su aliento a café y tabaco formando una niebla propia.

—¡Maldita sea! ¡Otra vez ese asesino desaforado! —bramó, arrojando su sombrero al suelo con tanta vehemencia que un agente se encogió como un caracol asustado.
El cadáver yacía sobre la moqueta con una expresión de terror tan grotesca que parecía haber gritado hasta el último aliento. Bermúdez se agachó con dramatismo operístico, sacó su libreta y, con un ademán tan teatral que pudo haber llenado un teatro entero, anotó dos palabras: "El Grito".
—¡Sí, sí, sí! ¡Es él! ¡El Maldito Aullador! —exclamó, sacudiendo los puños al cielo con tanta rabia que su pipa saltó de su boca y aterrizó en el charco de sangre.
Se incorporó de golpe, tropezó con la alfombra y estuvo a punto de estrellarse contra una lámpara. Pero se sostuvo en el último instante, resollando como un toro herido.
—¡A por él, carajo! —rugió, y salió disparado a la noche, con su gabardina oscilando como el estandarte de una cruzada imparable.
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Una semana antes del viaje a Grecia, Inés le aconsejó a Roberto que, al llegar al Arktouros Guesthouse, contratara una excursión a la Garganta de Vikos.
—Roberto, hazme caso. Cuando estés en la Garganta, vocifera cualquier frase y espera tres segundos, —le dijo entusiasmada.
Inés había ido el año anterior, recomendada por una amiga y también alucinó.
En esa garganta natural, se encontraba el cañón más profundo del mundo y el eco que se producía allí era absolutamente alucinante.
El camino hasta el hotel se hizo un poco tedioso y Roberto prefirió contratar las excursiones al día siguiente.
Dos días después, Roberto y tres amigos que hizo en el avión, contrataron un taxi que les llevaría a la Garganta.
Una vez allí, siguió las instrucciones que le apuntó Inés en la agenda. Subió hasta la terraza panorámica, hizo un selfi y se desgañitó la garganta en la Garganta.
—¡Mi querida Inés, te adoro!, gritó Roberto con todas sus fuerzas.
La frase se repitió nueve veces con una claridad prístina que no se imaginaba, pero eso no fue nada comparado con lo que pasó después.
—¡Yo también a ti!, respondió el eco con el último grito, dejando a Roberto y a sus acompañantes petrificados.
—¿Un eco que te responde? Eso es imposible, —dijo Roberto, medio aturdido.
—Eso es imposible. —Repitió de nuevo.
P.D.: Si viajas a Vikos, ¡no grites nada comprometedor! by Xanco





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