Enamorarse es como instalar un mueble de Ikea sin instrucciones. Primero piensas: "¿Qué tan difícil puede ser?" Y luego, seis meses después, sigues buscando la pieza que te falta (spoiler: es tu dignidad).
Todo empieza inocente, con una sonrisa o un mensaje que te hace pensar: "Esta vez sí, esta es la persona". De repente, te encuentras revisando su perfil de Instagram como si estuvieras buscando un tesoro enterrado en fotos de hace dos años.
La fase de "mariposas en el estómago" es la más peligrosa. Esos pequeños insectos voladores parecen inofensivos, pero se alimentan de tus nervios y te obligan a hacer cosas ridículas, como reírte demasiado fuerte de chistes malos o tartamudear cuando intentas decir algo ingenioso.
Luego llega la etapa de "¿me está ignorando?". Un mensaje sin responder durante más de 10 minutos y tu cerebro ya está creando teorías conspirativas dignas de un episodio de Black Mirror. ¿Estará secuestrado? ¿Se le cayó el teléfono en el inodoro? ¿O simplemente... no le gustas tanto?
Enamorarse es un caos maravilloso. Uno va sin cinturón de seguridad, y lo peor es que no hay mapa ni plan de escape. Pero ahí estamos todos, jugándonos el corazón con la esperanza de que esta vez las piezas encajen, o al menos que nos sobren menos tornillos que la última vez.
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Entrado en el otoño de tu vida, por fin la conociste. No debía ser antes. No era el momento. Todo ocurre a su tiempo.
Las personas aparecen y desaparecen como las nubes en el cielo. Amores que duran un segundo, media vida o aquellos que nunca se cruzarán con tu alma.
No hay una edad estipulada para enamorarse. Ocurre sin más, cuando menos te lo esperas.
Si buscas, seguro que no encuentras. Si te despreocupas, aparecerá doblando la esquina de aquella calle por la que no acostumbras a pasar, pero aquel día se te ocurrió dar un paseo para perderte entre los árboles del parque.
Aquel día te la encontraste de frente. Os mirasteis con ojos inocentes y sin saber cómo pasó, surgió sin más una atracción difícil de olvidar.
Enamorarse no está reñido con la edad, el sexo, la cultura, la raza, la altura o el idioma.
Te enamoras de dentro hacia afuera. Te enamoras de su mirada, de aquella sonrisa natural que te secuestró el corazón, de sus andares, de su figura, de su cabello largo, de sus gañotas, de su alma.
Enamorarse es maravilloso cuando todo fluye de forma natural.
¿Dirías que por fin diste con ella?
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Enamorarse, sólo me queda un vago pero bonito recuerdo de lo que es eso. He tenido la suerte de enamorarme varias veces, de sentir un profundo amor por mis parejas pero ahora… ahora ya no siento nada.
Parece que mi corazón se está protegiendo, cerrado con mil candados, aún doliente por tanto desamor recibido.
Me enamoré, y mucho, de Carlos. Parecía que por fin había encontrado a la persona con la que había soñado toda mi vida y con la que quería pasar el resto de mi vida. Las primeras noches juntos no quería dormirme, por no tener la sensación de estar separada de él ni un solo segundo, muy fuerte, ¿verdad?
A los seis meses de estar juntos, mi voz interior me dijo que no era el adecuado para mí, lo sentí así, muy dentro de mí, pero no hice caso y seguí adelante con nuestra relación. Al poco más de un año, por circunstancias personales, ya estábamos viviendo juntos, aunque él no era lo que deseaba. Yo estaba muy ilusionada al principio pero todo se empezó a complicar con esta decisión. Carlos ya no era el mismo de antes, mostró una cara, para mí, desconocida y aterradora, prefiero no contar los detalles…
Ahora solo quiero olvidar y enamorarme.
by solillum
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