Más de un siglo
- dowlezes
- hace 7 días
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Había pasado más de un siglo desde que el aire se volvió tóxico. Al principio, las máscaras eran temporales. Luego, permanentes. Ahora, estaban fusionadas a la piel. La gente ya no recordaba la sensación del viento en el rostro.

En la Colmena 47, los habitantes seguían sus rutinas programadas. Trabajaban, dormían, obedecían. Nadie hablaba, porque la Voz Central decidía todo. Entre los muros solo quedaban ecos de que antes existió algo más.
Lian encontró un libro viejo entre los escombros de un almacén olvidado. "Bosques", decía la portada. Pasó las páginas con manos temblorosas. Árboles, hojas, ríos… cosas que nunca había visto. Algo dentro de él se encendió.
Esa noche, evadió las cámaras y se acercó a la esclusa exterior. El aire era mortal, decían, pero Lian se preguntó si era verdad. Con el corazón latiendo como un tambor, abrió la compuerta.
Se arrancó la máscara y un viento tibio le acarició el rostro desnudo. No cayó muerto. No se asfixió. Respiró… y sonrió.
Había pasado más de un siglo desde que alguien sintió el mundo real.
Lian corrió de vuelta. Debía contarle a los demás.
Pero la Voz Central ya lo había visto.
Y el silencio cayó sobre la Colmena 47.
Para siempre.
****
Sempronia, la menor de una estirpe de catorce hermanos, vivió en Francia y fue protagonista en las dos guerras. Agente doble en Irlanda y Francia, aprendió a moverse entre las sombras y a guardar secretos que juró llevarse a la tumba.
La vida le enseñó que la lealtad era un tesoro, pero la familia, sagrada. Por eso, el disgusto de su nieto Gundisalvo le dolió en el alma.
Su nieto, con esas ideas modernas y el desprecio por las tradiciones, vendió la casa familiar, aquel hogar que durante tantos años resistió revoluciones y bombardeos.
Sempro, con sus ciento veinticinco años a cuestas, se sintió traicionada. No fue por el dinero. El desprecio a la memoria familiar fue peor que una puñalada.
Aquellas paredes guardaban ecos de risas, lágrimas y confidencias que ya nadie recordaría nunca más. Pero Sempro no era mujer de rendirse. Una fría mañana de marzo, desapareció. En su tocador dejó una sencilla nota: "Más de un siglo viví, más de un siglo aprendí. Ahora te toca a ti comprender."
Gundisalvo, entre el remordimiento y la curiosidad, inició una larga búsqueda que lo llevaría a descubrir no solo los secretos de su abuela, sino también los suyos propios.





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