Por encima de la nariz
- dowlezes
- hace 20 horas
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No había manera de que ninguno quedara a su altura. Dos palmos arriba o abajo se convirtieron en una larga batalla. Hacía casi un año que había aprobado el carnet C y la altura era su mayor preocupación.

Estaba convencido de que podía tener buenas ofertas gracias a las grandes capacidades que tenía como conductor. Al menos, eso es lo que le comunicaron en la autoescuela, pero no contaron con un pequeño detalle; su exagerada altura.
Matías, con dos metros quince, tenía problemas para encontrar un asiento que fuese lo suficiente cómodo para trabajar sin molestias.
Si le ofrecían un camión nacional, el asiento le quedaba por el diafragma y si el vehículo era nórdico, tal vez alcanzara el nudo de la corbata.
—La medida ideal para que un asiento sea confortable es que te llegue por encima de la nariz. Si eso no ocurre, tendrás serios problemas de cervicales. —Le comentó el profesor de la escuela.
Matías estuvo a punto de tirar la toalla hasta que un día leyó en la prensa que el famoso sultán de Dubai, Hassanal Bolkiah, necesitaba un conductor de altura para su última creación en camiones de grandes dimensiones.
Sin pensárselo ni cinco minutos, envió su curriculum al correo electrónico del anuncio.
Dos semanas más tarde, empezaría a trabajar para este tipo tan curioso.
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En la ciudad flotante de Olfatonia, existía un edificio peculiar llamado “Por encima de la nariz”. Allí solo vivían vecinos con habilidades olfativas extraordinarias, pero también con normas absurdas: nadie podía hablar de lo que pasaba "por debajo de la nariz".
En el primer piso vivía el Señor Aromencio, capaz de detectar emociones según el olor de la piel. “Hoy huele a envidia mezclada con menta”, decía al pasar junto al ascensor. En el segundo piso estaba Doña Fragancia, una anciana que podía invocar recuerdos con un frasco de perfume. Y en el tercero, los hermanos Oloréfico, famosos por crear esculturas efímeras de humo aromático.
Una noche, algo extraño ocurrió. Un aroma desconocido empezó a colarse por las rendijas: era una mezcla de tierra mojada, chispas eléctricas y... miedo. La comunidad se reunió en el ático, donde descubrieron un cuarto cerrado con llave.
“¿Quién vive aquí?” preguntaron, pero nadie respondió. Aromencio aspiró profundamente y murmuró: “Esto... esto no pertenece a este mundo”. Cuando abrieron la puerta, no encontraron a nadie, solo un espejo gigante.
Al mirarse, cada vecino vio una versión distorsionada de sí mismo, pero lo más inquietante era que, en el reflejo, todos tenían las narices cubiertas. Desde entonces, el olor a miedo nunca abandonó el edificio, y nadie volvió a mencionar lo que ocurría por debajo de la nariz.
Tiene narices la cosa 🤔😜