Sábanas
- dowlezes
- hace 7 horas
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Aquella noche pensaba que había triunfado.
Pillado entre ella y las sábanas, tuvo una experiencia que le parecía casi irreal, una danza febril donde el deseo marcaba el ritmo y el tiempo se desvanecía. Solo pudo concentrarse en corresponder a aquella intensidad arrolladora, en fundirse en cada movimiento, en cada roce.

El repertorio de posturas que ella desplegó eran auténticas diabluras de su invención, de tal audacia que parecían desafiar toda lógica. Su seguridad, su dominio de la situación, su manera de anticipar cada reacción lo dejaban sin aliento. Era un torbellino, un enigma indescifrable que lo arrastraba sin remedio.
Ni siquiera imaginó que ya lo tenía en sus garras y que no se desharía de ella fácilmente. Había mordido el anzuelo sin darse cuenta.
A la mañana siguiente, despertó con una extraña mezcla de satisfacción y desconcierto. Ella ya no estaba a su lado, pero su presencia impregnaba la habitación, como si el aire mismo guardara el eco de la noche anterior. Un leve perfume flotaba aún en las sábanas, una fragancia que no pudo identificar del todo, pero que lo inquietó.
Se llevó las manos al rostro y sonrió, pero en el fondo algo le decía que esa historia no terminaría ahí.
****
Adela no se lo hubiera imaginado ni en cien años. El disgusto que se llevó fue tan grande que no pudo superarlo.
Sufrió un mal de amores. De mayor, quería casarse con Roberto, su amigo de primaria, pero una noche se enteró de la fechoría que cometió con Ana, una compañera del insti.
Adela quería morirse.
Cuando cumplió diecisiete años, pidió entrar en el noviciado de Tortosa. Así, rompería con su pasado.
—Consagraré mi vida a las misiones. Cuando tome los votos, me trasladaré al Senegal, —le dijo Adela a la hermana Gertrudis, la más vieja del convento.
La muchacha era cumplidora, atenta y muy obediente. Mientras duró el noviciado fue una alumna excepcional, aunque existía un pequeño inconveniente.
Cuando le encomendaban la tarea de hacer las camas, se rebotaba con la superiora, con Dios y todos los santos. Las sábanas las colocaba lo peor que podía; colgando de un lado, sin meter los bajos, del revés, sucias, etc.
La hermana Gertrudis sabía perfectamente por qué lo hacía con tanta rabia. Adela se lo confesó la segunda semana de haber entrado en el noviciado.
Pilló a Roberto con Ana, enrollados en la sábana que la madre de Adela le bordó cuando cumplió quince años.
Las iniciales AR bordadas en hilo de oro, estaban unidas por un corazón rojo.





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