Caminar cuando viene el tren
- dowlezes
- 6 abr
- 2 Min. de lectura
Ana vivía en un pequeño pueblo rodeado de rieles oxidados, donde el único sonido que rompía la calma era el silbido lejano del tren nocturno. Había una regla no escrita: nunca caminar por las vías cuando el tren venía. Pero Ana, escéptica y curiosa, decidió romperla.

Era medianoche cuando salió. La luna proyectaba sombras fantasmales sobre los rieles. A lo lejos, el silbido del tren resonó, lento y agudo, como un lamento. Ana siguió caminando, su linterna iluminando apenas el camino. A medida que avanzaba, el silbido se hacía más cercano, más... humano.
De pronto, sus pasos resonaron en un eco que no era suyo. Miró atrás, pero no había nadie. Sin embargo, sintió que algo la seguía. Un susurro atravesó el aire: “No debiste venir”. Ana se detuvo, su corazón latiendo con fuerza.
El tren apareció en la distancia, sus luces bañando el sendero. Pero no eran luces comunes: brillaban como ojos observándola. De las sombras emergieron figuras desdibujadas, rostros pálidos y vacíos. Ana intentó correr, pero sus piernas no respondían.
El tren pasó, y con él, un frío mortal que la envolvió. Cuando el silencio regresó, Ana había desaparecido.
Al día siguiente, solo encontraron sus huellas en los rieles, que terminaban abruptamente donde el tren la había alcanzado. En el pueblo, el silbido nocturno sonó distinto, como si se riera..
****
¿De dónde salió esa manía de caminar por el andén justo cuando está entrando el convoy en la estación de turno?
¿Disponemos de telemetría incorporada en el cerebro para calcular exactamente dónde se detendrá o es más bien una cuestión de pereza?
¿Deseamos o exigimos que la puerta se encuentre justo enfrente de nuestra nariz?
En una superficie de 160 por 5 metros cabe mucha gente. No todos se concentran en un mismo punto, por suerte.
Hay personas que simplemente esperan a que se detenga el tren y en el último momento se deciden por una puerta, sin más complicaciones.
Otras, sin embargo, se mueven como pollos sin cabeza por el andén, tal vez a la caza de alguien o quizás para localizar el único asiento que quede libre, teniendo en cuenta que a las siete de la mañana el asunto es complicado.
El movimiento de humanos por el andén varía según el día de la semana, la hora y, sobre todo, la estación en la que se encuentren.
No es lo mismo un apeadero, la estación de un pueblo o la de una gran capital.
Lo curioso es que en cualquiera de las tres nos comportamos de manera parecida.
Yo soy de los que se ponen a caminar cuando llega el tren. Pero a poder ser con el fin de alejarme lo máximo posible de la massa humana, así al estilo gato 🐱 😸