El ADN que desprendemos
- dowlezes
- 22 jun
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En un pequeño laboratorio clandestino, el doctor Helvig trabajaba obsesivamente en un proyecto secreto. Su teoría era simple y aterradora: el ADN que desprendemos constantemente —en cabello, piel y saliva— no desaparece sin más. En realidad, se acumula en un "eco biológico", un lugar invisible donde los rastros de cada ser humano convergen.

Una noche, Helvig activó su máquina de resonancia genética, un dispositivo diseñado para rastrear y visualizar el paradero del ADN perdido. Lo que descubrió lo dejó helado. Frente a sus ojos, se formó un paisaje oscuro y pulsante, un limbo donde millones de rastros genéticos flotaban como espectros biológicos. Pero no estaban inertes. Se movían, entrelazándose en formas familiares: rostros que parecían humanos pero con detalles erráticos, como un ojo extra o una sonrisa deformada.
Entre ellos, Helvig distinguió algo perturbador. Uno de los rostros era el suyo, pero mucho más envejecido y con ojos que lo miraban fijamente. El eco de su ADN había tomado conciencia, una versión de él que parecía cargar el peso de sus errores.
De repente, la máquina explotó. Helvig escapó con vida, pero su reflejo en el espejo nunca volvió a ser el mismo. Cada noche, mientras dormía, podía sentir cómo su eco biológico lo observaba desde ese lugar invisible, esperando... algo.
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Sólo tendrían una oportunidad ya que el cuerpo se encontraba en avanzado estado de descomposición.
McPerson y Bonamici llevaban tiempo tras el rastro del asesino de los dados.
Después de cinco años de investigaciones, se había convertido en un reto personal. Querían darle caza. Demasiadas muertes a sus espaldas habían mermado sus expectativas de dar con él.
Aunque McPerson y su socio Bonamici eran dos inspectores de tercera en un pueblo de cuarta de la costa oeste, habían ayudado en repetidas ocasiones a agentes del FBI de la talla de Hans Freeman o Julia Stein. Ese fue el motivo por el que decidieron no tirar la toalla.
El cuerpo de la mujer, encontrado en aquel foso, en la misma posición que las otras quince, no podía dar lugar a error. Se trataba del mismo modus operandi.
Bonamici habló por teléfono con Stein para explicar el detalle que se les pasó por alto en la autopsia. Habían localizado un minúsculo trozo de piel, seguramente de un dedo, en el interior del oído izquierdo de Bárbara, la chica asesinada.
Stein le comunicó que el ADN que desprendemos es único en los seres humanos.
La prueba confirmó que se trataba de Jonhas Kristcher.
Todos con nuestra forma de ser desprendemos un cierto ADN que no hace falta mirar por un microscopio. Sino por un sentido común.