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El bar de la casualidad

El bar de la esquina no era especial. Mesas de madera gastada, luces amarillas titilantes y un aire cargado de conversaciones a medio terminar. Sin embargo, ahí estaba él, sentado junto a la ventana, mirando el reflejo de su rostro en el vidrio empañado por el aliento de un invierno tardío.


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La cerveza frente a él era un escape, pero no un consuelo. Sus pensamientos seguían girando en espiral. ¿Qué sentido tenía todo si cada vida acababa en el mismo destino? Se convencía de que el universo, con su vastedad indiferente, no podía ofrecer respuestas.


Entonces, la puerta se abrió y una mujer entró, sacudiéndose la nieve del abrigo. No había nada particularmente especial en ella, salvo el hecho de que tomó asiento frente a él, sin preguntar ni vacilar.


—¿Crees en la casualidad o en la causalidad? —preguntó ella sin preámbulo, como si pudiera leerle la mente.


Él parpadeó, desconcertado. ¿Era un juego de la coincidencia? ¿O acaso algo más?


—¿Qué importa? —respondió con una media sonrisa amarga.


—Importa porque, sea lo que sea, estamos aquí. Y si estamos aquí, ¿por qué no intentarlo?


Pidió dos cervezas. Por primera vez en mucho tiempo, dejó de pensar en el fin y se concentró en el momento. Y en esa conversación, por absurda que fuera, algo empezó a cambiar.



****

Cada tarde, después del trabajo, Lucas y su amigo Álvaro, quedaban en el centro de la plaza para ir descubriendo, poco a poco, los brew shops de su ciudad. 


Estos encuentros se convirtieron en una tradición desde que conocieron a Dolores y Deborah, dos muchachas fuera de lo común. Les encantaba y amaban la cerveza tanto como a ellos.


A medida que pasaban los meses, los cuatro fueron cogiendo cada vez más confianza y sus quedadas se destinaban a degustar todas las marcas artesanas que encontraban por ahí.


Lucas y Álvaro llevaban cierta ventaja porque, además de tener un paladar exquisito, habían trabajado en el taller cervecero de un alemán que se afincó en la ciudad dos años antes.


Dolores y Deborah se habían conocido en un bar del puerto con un nombre bastante peculiar. El bar de la casualidad. Era un antro donde te podías encontrar a un pijo de la zona alta, a un hippie recién llegado de las islas o un almirante de una fragata cualquiera y a un poli de paisano. Toda la fauna que frecuentaba el garito coincidía en lo mismo: nadie se preocupaba por nadie.


Con el tiempo, Lucas, Álvaro, Dolores y Deborah se convirtieron en un equipo de investigación cervecera con altos conocimientos sobre la producción del “ámbar de dioses”, como solían llamarla.


1 comentario

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Streetjas
15 ago
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Culturanima. Me identifico con el hombre del bar, pero sin que entre esa mujer. Éso sí, también pediría 2 cervezas 🍻 más 😉.

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