Propiedades, sabor y textura
- dowlezes
- 20 abr
- 2 Min. de lectura
¿Quién decidió que un alimento debe tener propiedades mágicas para ser interesante? ¡Ah, sí! Los gurús de la vida saludable, esos mismos que te venden polvos verdes y semillas con nombres impronunciables como si fueran el elixir de la inmortalidad.

Tomemos, por ejemplo, la chía. "Rica en omega-3", dicen. Te llena de energía, aseguran. ¿Pero nadie menciona cómo esas semillas se convierten en pequeños alienígenas gelatinosos al contacto con agua? Es como comer pudin de sapo.
¿Y qué tal la quinoa? Bendita sea su proteína completa y su fibra, pero, ¿alguien la disfruta de verdad? Tiene la textura de una alfombra nueva y un sabor tan emocionante como un vaso de agua tibia. Claro, si le añades medio kilo de condimentos, la cosa mejora... pero entonces no es quinoa, es un disfraz de quinoa.
Ni hablar del kale. Sí, es un superhéroe de los vegetales, pero también es como mascar una esponja seca con pretensiones. Y ojo, que lo adoro en un smoothie, pero, ¿en ensalada? Masticar eternamente no debería ser parte de la dieta.
En fin, los alimentos son como personas: algunos son saludables, otros divertidos, y unos pocos son las dos cosas. Pero no, chía, quinoa y kale, no entráis en la categoría de "divertidos". La próxima vez, dame un aguacate. Al menos, sabe a gloria.
****
—A ver Felipe, ¿podrías nombrarnos para toda la clase las cuatro propiedades organolépticas? —¡Ey! No se vale apuntar… que te conozco, Lucas.
—Color, sabor, textura y aroma, profe, —respondió Felipe con cara de sobrado.
—Muy bien. Chicos, hoy hablaremos únicamente de las propiedades sabor y textura.
La clase del profesor Onofre era una aventura en sí misma. Los treinta alumnos que la componían no se perdían ni una sola, a excepción de Lolita. De pequeña, la pobre tuvo una enfermedad que le afectó en las glándulas del sabor. Todo tenía el mismo gusto. Daba igual comerse una cebolla cruda o un tomate pasado, que todo le sabía igual.
Lolita faltaba a menudo a clase porque tenía un permiso especial del director de la escuela.
—A ver, Lucas, dime dos sabores cuya textura se asemeja y no se vale hablar de lo que ya sabes, que te conozco.
Lucas se estrujó el cerebro para buscar dos sabores cuya textura se pareciese, pero no dio con la solución.
Tuvo que ser Felipe, otra vez, quien diera con una respuesta adecuada.
—Profe, si chupas una lija de madera y la lengua de un gato, el sabor y la textura son prácticamente iguales.
—Correcto.
Yo casi que prefiero hablar de cantidades y calidades... En el comer, claro. Todo lo demás, cómo que no me interesa. Pero sin el cómo. 😉